Las desventajas de comprar con hambre
¿No os ha pasado cuando vais al supermercado que llegáis con la idea de comprar cuatro cosas y acabáis saliendo con el carro lleno, sobre todo, de comestibles? Esto puede suceder porque en el momento de verse junto a los productos de cada pasillo recordamos que también nos puede hacer falta uno u otro. Pero la mayoría de veces responde a un hecho muy claro: llevamos el estómago vacío.
Tenemos hambre y, por lo tanto, cada alimento que vemos nos hace pensar en un momento estupendo para tomarlo o para utilizarlo en una receta que deseemos preparar (a veces se puede tratar hasta de productos que no probamos habitualmente, pero que nos atraen a la vista). Lo que sucede es que, a menudo, sobre todo si se trata de productos frescos, pueden acabar poniéndose feos y terminaremos tirándolos y malgastando comida y dinero.
Aparentemente, el hambre nos hace más vulnerables a la atracción de la comida. Pero no solo a los alimentos, sino también a la ropa, a los zapatos o a los cosméticos, según investigadores de la Universidad de Minnesota (Minneapolis). Esto se debe, según Edward Abramson, profesor de la Universidad Estatal de California, a que el hambre es un fenómeno complejo que involucra a las hormonas y al cerebro.
Y, aunque no es fácil establecer una relación causa-efecto directa, sí es posible que esta apetencia interfiera en el control de nuestros impulsos. Abramson explica: “nuestro razonamiento normal usualmente pone límites a lo que compramos, ya sea porque no tenemos el dinero o para no parecer muy avariciosos, pero si tenemos hambre, parte de ese control desaparece”.
La conclusión más sencilla es no ir a comprar con hambre (por ejemplo, antes de la hora de la cena o de la merienda), ya que, sino, y nunca mejor dicho, podemos (sobre todo, nuestro bolsillo) acabar pagándolo caro.